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Japón, la Odisea

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Llegamos a Japón el 29 de Junio, por la mañana.

El de seguridad del aeropuerto se tomó poco tiempo para revisar las valijas, actuando con presteza y cordialidad. No hubo percance, a pesar de estar entrando a un país donde no escribían con tus mismas letras.

El Landlord —como se conocen a los dueños de los departamentos que alquilas— nos fue a buscar al aeropuerto. Yuki resultó ser súper agradable y conversadora —en un fluido inglés—, y a pesar del cansancio que teníamos encima los nervios nos mantenían con todas las neuronas funcionando. Yuki-san nos fue mostrando la ciudad desde la autopista, entre lo que destaco lo primero que nos sorprendió: la fábrica donde queman la basura y, con ella, generan energía para toda la ciudad.

Así, de una, ya entrábamos en los terrenos que tanto me gustan: la ciencia ficción.

Después de bajar de la autopista, donde los autos iban —y se manejaban— en la dirección opuesta al occidente, y lo cual fue un tanto estresante creer a cada rato que alguien nos iba a chocar, arribamos en la bella Tokyo.
Nos llevó por un laberinto de calles angostas —demasiado angostas, de un auto y medio de grosor y sin veredas— hasta que llegamos a un estacionamiento de no más de 4 o 5 lugares. Algo que van a poder ver en infinitos lugares, lo que denominé como «aprovechemos el espacio que tenemos, sin importar su disposición». De hecho, mi teoría dice que así fue como la ciudad completa fue construida.

¿Por qué digo esto? Porque en Japón no existen las direcciones como tradicionalmente se conoce en la mayoría del mundo. Es decir, «Nombre calle + Número, detalles extra». Cada ciudad en Japón está dividida en chōme, lo que sería algo así como «manzana», y cada una tiene un número. A la vez es normal que los edificios tengan nombre, cosa de hacer más fácil que lo encuentren. Imaginen esto con  el jet lag de las casi 30 horas de vuelo, las 12 horas «hacia el futuro» de diferencia entre Japón y Argentina, y la carencia de carteles con letras romanas. Bueno, los primeros días fueron eso: confusión, dormir, ansiedad, ver películas; cosa de no salir mucho al exterior.

Y de eso ya pasaron… ¿7 meses? Una locura. Y una locura que, cada día, nos sigue sorprendiendo. Aunque sea un poco.

 

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